domingo, 21 de febrero de 2010

Miradas

A veces, simplemente camino por mi barrio sin ninguna motivación, solamente por hacerlo. Consciente de que soy también uno de ellos, miro al suelo para evitar esos ojos de miradas vacías por la inconsciencia que produce la maquinaria del sistema: las de ancianos que añoran otros tiempos, vidriosas; otras grises de los trabajadores que cada mañana acuden a la misma rutina que los estrangula; las de niños felices sin conciencia de la realidad… Todas ellas miradas, al fin y al cabo.

Una nostalgia prendada de mi pecho me hace recordar, mientras suena alguna pieza de Bach en mi MP3, aquellos tiempos de ignorancia y felicidad, cuando todo era fácil, las decisiones se basaban en el presente y nada perturbaba un futuro sin problemas. Ahora en cambio la sociedad empieza su proceso de fagocitación, atrapándote en sus fríos tentáculos y tirando de manera imperceptible tu alma hacia un negro abismo de maquinismo y rutina que se alimenta de tus sueños.

Aún, mientras me debato entre sueño y realidad, recuerdo como si intentara rescatar algún fragmento de sensación de libertad para mitigar este dolor, intentar rescatar de entre los días vacios de mi baúl de recuerdos alguna foto en la que me veía sentado en una terraza desafiando a la noche, riendo con la luna, soñando con ser libre en cada estrella, saludando al sol y yéndome descortésmente a dormir cuando este se hallaba aun desperezándose. Pequeñas burbujas de oxigeno en un asfixiante entorno.

Ahora, ¿qué es lo que te queda? Despertar cada mañana esperando el momento de irte a dormir para volver a ese lugar recóndito de la mente donde la calma es palpable, donde el alivio onírico es el único respiro posible para el espíritu junto con algún momento a solas, tirado en el suelo de tu habitación escuchando alguna canción que mitigue tus ansias de libertad.

Amigos, al principio creía en una revolución peliculera, una de esas en las que todo el mundo sale a la calle con banderas al grito de “¡Revolución!”, pero ahora, al ver a la gente adorando al sistema que les despelleja la espalda a latigazos día a día y matando y muriendo por él en algún país lejano, mientras familias sufren en sus hogares, la cosa ha cambiado.

El fuego que impulsaba mi ignorante insumisión, que creía que alumbraría al mundo, resulta no ser más que una insignificante vela que apenas me calienta las manos. Pero cada mañana me recuerdo que no debo permitir que ese pequeño haz de luz se apague con los vientos y cantos de sirena que alguien manda día a día. Lo fácil que se mantenía la llama y lo duro que es mantener una simple velita encendida.

Llegando ya al final de esta melancólica divagación por los callejones de mi mente, os diré algo: no olvidéis que cada uno de vosotros debéis mantener vivo ese fuego, y aunque la revolución no sea global, cada uno lleva dentro su pequeña revolución, apenas perceptible, y más de aires románticos que prácticos, pero no perdáis la esperanza, algún día amigos, algún día...

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